Luna creciente.

Luego de darle un suave beso en los labios y asentir, cerré los ojos. Caí en un sueño muy profundo, en el que unas pesadillas que luego no pude recordar me perseguían. Sentía terror, pero no supe la causa. En mi mente, un velo de oscuridad me cubría, y no me permitía saber que me atemorizaba.

Griffith, sin embargo, no pudo descansar ni un poco. Su conciencia se removía sobre si misma por una extraña razón que no le dejaba recapacitar ni acertar con los pensamientos.
Pasó las horas observando el techo con la mirada fija, sin decir ni hacer nada, tan sólo recorriendo cada rincóin de su mente y recordos para intentar sacar algo en claro.

"Quiero permanecer... entre esta vorágine colosal"
pensó-

Me revolví en sueños, y eso me despertó. Griffith estaba boca arriba, con la mirada perdida. Levanté el torso para poder mirarlo. Lo primero que pensé era que yo me movía mucho a causa de las pesadillas y no lo había dejado dormir, aunque de todas formas me extrañó su expresión. Parecía un zombi. Mi ceño se frunció a causa de la preocupación.
-Griffith, ¿estás bien?

Griffith escuchó a Miyuki pero en un principio no le hizo caso hasta que parpadeó, segundos después, mirándola a los ojos.

-¿Eh...? Ah... Sí, sí, no te preocupes, sólo estaba pensando -comentó con una colosal sonrisa, acariciando entonces los cabellos de la mujer y estirando su cuerpo aún algo herido, entrecerrando la mirada- Es que me duele un poco la herida y no puedo dormir -mintió- Ah... Deberías ir a la ducha ¿no?

Lo miré, todavía sin poder hablar. Había adjudicado su insomnio al dolor provocado por su herida, mientras que la mirada perdida era producto de pensamientos sin importancia. O por lo menos era lo que su tono de voz, despreocupado, intentaba decir.
-Ah...Si, creo que debería ducharme.
Me dirigí al cuarto de baño, donde me metí ne la ducha. Abrí el grifo de agua caliente hasta que el calor del agua me quemó la piel. Por lo general eso me debilitaba hasta sumirme en un profundo sopor. En otras circunstancias, me hubiera resultado molesto, pero no era ese el caso esta vez. No quería pensar, quería evitarlo a toda costa.
Cerré el grifo, y me sequé con la primera toalla que encontré al alcance. Me envolví con ella, y volví a la habitación.

Griffith le miró a los ojos unos instantes y tras ello suspiró, reincorporándose en la cama y luego mirando fijamente la puerta.

-No sé por qué tengo un mal presentimiento -musitó apartando el cabello de enfrente de sus ojos- Me siento un tanto extraño y no sé por qué -se levantó y luego suspiró, mirsando por la ventana- Algo grande se está avecinando... lo noto en la carne y en la piel -apoyó una mano en el abdomen- Algo nada bueno...

Me senté en la cama, aún envuelta en la toalla. Mi ceño se frunció en un rictus de preocupación. Un estremecimiento me recorrió el cuerpo, como si millones de minúsculas agujas se clavaran en mi piel.
-¿Lo estás diciendo en serio? ¿Que crees que está sucediendo, o que está por suceder?
De repente, me sentía sumamente intranquila. Griffith me había contagiado su estado de ánimo, y no era nada cómodo.

Se encogió de hombros, mirando por la ventana a lo lejos del horizonte y luego andando hasta la cama, volviendo al armario y sacando ropa suya para vestirse con cuidado de no abrir la herida, aunque ya no tenía puntos puesto que se los había arrancado él mismo con las manos.

-Sería mejor que te marcharas, yo haré lo mismo -comentó despeinando su cabello algo húmedo aún- Supongo que nos volveremos a ver.

Lo miré mientras buscaba ropa para él, escuchando como (muy sutilmente, por cierto), me pedía que me largara. En ese momento me dió la sensación de que todo eso del presentimiento no era más que una excusa para despacharme. Pero como después de todo no podría quedarme mucho más tiempo, hice de la vista gorda. Me facilitaba las cosas a mí misma.
-De acuerdo.
Me vestí con mis ropas en el baño, no estaba de ánimo para hacerlo frente a él. Eso me dió tiempo a pensar.
Traté de pasar por alto el "tal vez" de su frase. A lo mejor no era conveniente que nos volvieramos a ver. No, estaba segura de que era una pésima idea. Así que sería casualidad si nos veíamos nuevamente, por que no pensaba buscarlo después de cruzar la puerta. Era lo mejor que podría hacer.

Griffith tenía la vista perdida en el horizonte cuando se volteó a penas, mirando el suelo fijamente y estremeciéndose ante una sensación mucho más fuerte que le hizo poner los pelos de punta, mirando entonces a Miyuki quien no decía absolutamente nada. Pasó una mano por su nuca, nunca se le había dado bien tratar con los demás.

-Si quieres... podemos quedar dentro de un tiempo en algún lugar -murmuró observando el cielo y luego afilando la mirada- Pero ahora tienes que irte ya -comentó abrochándose las botas con algo de dolor y enderezando la espalda, tomando su espada y tras ello suspirando, frunciendo el ceño ante unos estruendos en el suelo que lo hacían vibrar todo- Vete.

Sólo una palabra salió de mis labios.
-Adiós.
Mientras bajaba la escalera, me sorprendí de algo. No sentía nada. Absolutamente nada. Había temido que en el momento de irme me sentiría mal, pero no era así. Ya no quedaba nada en mí que lo añorara, que lo deseara. Entonces una oleada de emociones muy distinta de lo que pensé que sentiría me invadió. Odio. Humillación. Me odiaba a mí misma, por nuevamente haber sucumbido a esos impulsos que me metían en problemas. Había perdido la cordura, y me había mostrado desesperada, y débil. Sentía como si estuviera cubierta de inmundicia por haber tenido una comportamiento tan estúpido, me había humillado completamente. Sólo una cosa me reconfortó: saber que era casi imposible volver a encontrarme con él, y que a partir de ahora esto sería una lección para mí, y que en el futuro, no volvería a cometer ese error.

[Qué hacemos?]

[Pues, no sé...Yo por lo pronto haré esto]

Terminé de bajar las escaleras y me dirigí a la puerta. Puse mi mano en el pomo, y lo giré lentamente. Abrí la puerta, y di un solo paso. Me quedé parada, disfrutando el fresco aire nocturno. La luna refulgía en lo alto del cielo, opacando la luz de las estrellas.

Griffith se terminó de vestir. Un nueblo temblor hizo tuntullar la casa y de pronto en la habitación que habitaba aparecieron dos demonios pequeños.
Se los quedó mirando y en seguida usó el aura protectora para que no pudieran acercarse a él.

-Vamos a jugar -dijo uno de ellos con una sonrisa maliciosa.

Tras más de 3 horas de guerra ambos demonios cayeron rendidos, aunque le había costado mucho. Se quedó tirado en la cama un tanto débil y respirando con necesidad.

Cuando ya me encontraba a cierta distancia, la casa tembló, y el sonido de la madera crujiendo llegó hasta mis oídos. Me dí vuelta, y dí un paso hacia la casa, pero me detuve en seco. No era de mi incumbencia, además había decidido jamás volver, ni intentar buscar a Griffith. Así que seguí caminando, como una autómata, hasta llegar hasta el cementerio donde me había encontrado con él. Y al igual que él lo había hecho, me encaramé hasta lo alto de la estatua con forma de ángel que allí había, y me senté, a admirar la bella tranquilidad de la noche. No pude disfrutar mucho esa sensación, por que algo me puso sobre aviso, y un estremecimiento recorrió mi espalda. Algo malo había sucedido.

Griffith abrió los ojos, finos como siempre pero con una pupila como el hilo de una espada, sintiéndose como un gato salvaje. Gruñó por lo bajo y se mordió el labio inferior, apoyándose con los codos.
Cuando se quería darse cuenta un cuerno de un demonio le había perforado desde debajo de la cama, perforándole el abdomen.
Apoyó una mano en el monstruó y no dudo en cortar el cuerno, levantándose a pesar de sentir el robusto artilugio separarse de su carne y esta sangrar.

-Maldito...

Estúpida. Era lo único que mascullaba por lo bajo. Estúpida. Ni siquiera era capaz de conservar la pizca de orgullo que me quedaba. Estaba haciendo lo que había jurado jamás hacer. Estaba caminando, como la idiota que era, de vuelta al lugar que había prometido que nunca pisaría otra vez. Pero algo me atenazaba. Algo, muy profundo dentro de mí, me decía que las cosas no estaban bien, que debía volver. Finalmente llegué. Un ala de la casa estaba en ruinas. Mis ojos se abrieron desmesuradamente. Entonces ya no lo dudé. Y dirigiendome a las ruinas, hablé en voz alta.
-¿Griffith?

Griffith estaba tumbado en el suelo, respirando de forma agitada y con la espada en la mano y un demonio medio vivo a su lado, intentando levantar.
Griffith usaba sus últimas fuerzas para rematarle pero ni tan siquiera podía ponerse en pie.

"Maldita sea... si se levanta antes que yo me matará..." pensó apoyando una mano en el suelo y resbalando de nuevo, volviéndolo a intentar y fracasando de nuevo- Ugh!....

Y entonces lo ví. Un demonio a medio morir intentaba atacar a un muy malherido Griffith. Una oleada de ira me invadió, y sin siquiera pensarlo, ensarté con innumerables estacas de hielo al demonio, descargando así toda la ira que sentía. Lo hice varias veces, satisfaciendo así el instinto asesino que me carcomía por dentro. Podía sentir la tensión de mi rostro al hacerlo, y me imaginé la expresión que debía estar deformando mi rostro, imprimiéndole un rictus maníatico a mi mirada.

Le observó unos instantes y luego jadeó de dolor, viendo el demonio morir.
Se acomodó mejor sobre los escombros y tras ello miró a la mujer.

-Gracias... -murmuró con una pequeña sonrisa- Te dije que algo se acercaba... -sonrió a penas y luego cerró los ojos, coompletamente exhausto- Permiteme... descansar -musitó antes de perder la conciencia.

Lo acuné en mis brazos, como si se tratara de un niño pequeño. La sangre que manaba de sus heridas manchaba mi ropa. Lo llevé en brazos, buscando un cuarto donde hubiera una cama, un sofá, cualquier cosa sobre la que pudiera recostarse. Al fin, cuando encontré una habitación, lo deposité suavemente sobre la cama, y me ocupé de restañar sus heridas lo mejor que pude, a veces vendándolo con trozos de mis ropas. pero había perdido mucha sangre, y estaba muy herido, por lo que sólo el destino, y su propia fortaleza decidirían el desenlace.

Griffith tomó aire de forma profunda incluso en sueños. Se sentía en un sueño profundo y completo que le llevaría a estar en aquel estado de sopor durante largo tiempo.
Suspiró soñando cosas no muy agradables y se revolvió sobre el lugar, enredándose con algunas ropas.

-... Ugh...-se encogió de cuerpo, tensando los músculos ante todas las heridas y la falta de sangre- ... Ngh...

Me senté a su lado, mientras el se revolvía en sueños. Y mientras acariciaba su rostro, secando el sudor que se agolpaba en su perlada frente, le canté muy suavemente, esperando que eso le ayudara a tranquilizarse.
No me explicaba el porqué de la situación. Pero luego recordé que el diablo que tenía en mis brazos, tan indefenso, era una caja de sorpresas. Me estremecí al pensar que si hubiera llegado tan sólo un minuto más tarde, Griffith ahora sería pasto de gusanos.

Griffith entrebrió los ojos ante aquel canto y miró a la mujer, suspirando.

-¿Qué... haces aquí?... -murmuró mientras intentbaa levantarse aunque no podía. Volviendo a intentarlo y luego echando a reír- Siempre me ves así, medio muerto... Qué vergüenza -tosió entonces, sacando algo de sangre por la boca y acomodándose mejor en el lecho mientras jadeaba de dolor- Dios... ya no aguanto más...

Escuchar su risa me hizo sentir mucho más tranquila. Si aún tenía ánimos para dar rienda suelta a su mordacidad, significaba que estaba (dentro de la gravedad de sus heridas) bien.
-Bueno, esfuérzate para que no se haga costumbre que tenga que verte en un estado tan deplorable-dije mientras hacía un mohín-. Pero no te preocupes, prometo que no le voy a contar a nadie. Ahora, si no es mucha molestia, me gustaría saber por que tuve que empalar a un demonio justo antes de que te diera el golpe de gracia.