Tiempo de cosecha - privado -

Estaba atardeciendo. Desagradablemente un día brillante y completamente despejado había reinado todas las horas de luz, y el desagrado por ello Gillthanas se había dejado llevar por el malestar, atacando una pequeña granja en solitario en lo alto de una colina.

La cabaña había quedado desértica, pero al contrario que los campos cultivados de alrededor no le prendió fuego. Ahora la colina entera estaba chamuscada, cubierta de cenizas aún calientes, y el propio tinte rojizo del actual cielo parecía el reflejo de las llamas ya prácticamente extintas.

Gillthanas salió de la cabaña de cultivo con su forma humana, con un hacha ensangrentada en cada mano mientras sus ropas vaporosas ondeaban al rededor de su cuerpo. Se quedó de puerta para fuera y contempló el panorama desolado del que acababa de ser partífice. A veces le daba auténtica rabia el sólo poder matar a pecadores y condenados.

Las nubes transcurrían por el fastuoso cielo sin cesar. ¿Cuántas horas habían pasado desde que Griffith estaba postrado en el suelo? Ni él lo sabía. Con su apariencia humana y ataviado con ropas negras su silueta se denotaba sobre la fragante hierba de aquellos campos, viéndose semejante a un ángel armonioso y apacible, aunque realmente distaba mucho de aquella naturaleza.
Había pasado horas escuchando gritos y sollozos a lo lejos, pero, aquellos, aquel canto celestial que provenía del más desgarrador dolor le tranquilizaba, era como una melodía o incluso una sonata en Fa menor.

Bostezó ante el silencio repentino y el crujir de la madera siendo consumida por ya casi el extinguido fuego. Sus sentidos sabían perfectamente que allí había un demonio, aunque tampoco encontraba demasiado interesante ir a ver quien era.

Echó la cabeza hacia atrás para ver el pasaje y entonces se encontró con aquel corpulento hombre de ojos blancos.

Se lo quedó mirando y tras ello se sentó en la hierba, adecentando un poco sus ropajes.

Gillthanas miró hacia abajo. Le importaba bien poco que le mirasen. En realidad era algo que odiaba pero no tenía el día como para ocuparse de tales lindezas. Se apartó a un lado y siguió mirando el panorama mientras dos sombras, compañeros de trabajo por así decirlo, salían por la puerta rota pendiente de una bisagra con dos almas espectrales, oscuras y manchadas, en brazos.

Se arrastraron con ellas por las cenizas de los campos antaño cultivados y desaparecieron entre gimoteos de dolor hacia las entrañas de la tierra. El demonio, culminado su trabajo y ya más tranquilo por la caída del sol y la consiguiente oscuridad, comenzó a descender po la colina con ambas hachas aún en las manos, manchadas de sangre que destellaba con los últimos rayos de sol.

[Mierda, se me ha borrado todo]

Por cada paso que daba aquel demonio la tierra parecía vibrar aunque aquello no parecía importarle a Griffith. Tras la escena ocurrida minutos antes entendió en seguida qué hacían aquellos seres en el lugar y cual era el fastuoso final para aquellas almas. Los ojos azules, casi cristalinos del peliblanco se posaban en esos instantes en el horizonte donde el sol terminaba de ocultarse mientras escuchaba el sonido de las armas que dejaban caer la sangre en el suelo en su camino.

Volvió a mirar entonces, sin poder ver demasiado pues el sol se lo impedía.
Aunque sus ojos podían fijarse en aquel hombre, realmente ni tan siquiera apreciaban quién o cómo era.

Suspiró, deslizando una mano por su propio cabello, volviéndose a recostar.

Sin pretenderlo, quizás, el cuerpo tendido del diablo le entorpecía el camino. De modo que lejos de sortearlo se detuvo, clavando un instante sus pesadas botas en la tierra.

-¿Todavía vivo?-preguntó con su agrietada voz habiendo reconocido a aquel ser ya desde el primer vistazo en el que lo vio tumbado al sol como un lagarto. El amaba a los lagartos. Por eso no comprendía que aquellas criaturas que poco podrían ofrecer para al menos ser queridas se las comparase con reptiles.

Estiró su cuerpo, remarcando sus costillas bajo la camisa negra y luego echó la cabeza nuevamente hacia atrás, observando desde abajo a aquel ser.

-¿Eres digno de hablarme? -cuestionó con una sardónica voz con la tenue y cínica sonrisa que siempre mostraba su rostro imperturbable. Se cruzó de piernas y miró alrededor- Tienes mucho camino para pasar ¿tenías que venir justamente donde yo estoy tumbado? Estoy intentando tomar algo de color, no seas cruel -dijo con burla, pues su piel era pálida como la porcelana- Ah, creo que no estoy demasiado vivo, últimamente todo es aburrido -bostezó unos instantes, arqueando una ceja- ¿Eres aficionado a ir matando a los demás con esas armas? -se sentó en la hierba para apartarse- No quiero que me caiga una de ellas 'por accidente' encima

El demonio le miró mientras hablaba y después toqueteó las empuñaduras de sus armas un momento, jugueteando con ellas.

-Créeme que si te cayese una encima no sería accidentamente...-aseguró sin quitarle el ojo de encima, clavando una de ellas a sus pies, en la tierra, para tomar su capa grisacea y limpiar la que quedaba en su mano. Con mimo le quitó la sangre y la dejó reluciente. Todo su cuerpo estaba cubierto por pedazos de armaduras antiquísimas, como un viejo relicario transportín. La misma capa tenía siglos y estaba ya raída. Pero sus armas, sus amadas armas milenarias y máficas, estaban perfectas, siempre brillantes.

Griffith sonrió por la primera frase y luego se fijo en aquella arma, acercándose a la que estaba al suelo y pasando el dedo por el cortante hilo, provocando una fisura que empezó a sangrar enseguida.

-Oh -lamió su extremidad, mirando con atención, siempre le habían fascinado ese tipo de cosas, sin ir más lejos él siempre llevaba bajo la gabardina su espada favoritas de tiempos antiguos pero que valoraba más que nada- Corta bastante, pero parece algo desgastada -comentó sin demostrar mucho interés aunque no hacía falta ser muy listo para ver que en sus ojos inocentes y llenos de pureza reinaba el deseo a muerte y sangre- ¿Dónde van aquellos dos almas? ¿El infierno?

Le miró, tomando su arma del suelo de inmediato, pues odiaba que las toquetease, y le miró casi asqueado.

-¿Lo pregunta alguien que viene de allá abajo? ¿Qué clase de criatura infernal eres tú?-cuestionó mientras limpiaba la seguna sin soltar la otra, para después apartarse la capa un momento y guardarlas allí debajo, cubriéndolas después con la pesada tela gris.

El Diablo le miró, parpadeando un par de bajo, adoptando una postura de indiferencia total ante aquellas toscas palabras que para él no tenían ningún significado.

-Pues... En realidad creo que pocas veces he pisado ese terreno, paso del mundo astral y espiritual, de Belial, Belzebú o quien sea, me importa poco -como naturaleza de Diablo que tenía Griffith aquello era normal, pues aunque perteneciera a un circulo en concreto ignoraba todo lo que le rodeaba- ¿Trabajas para ellos?

Le miró de reojo afilando la vista en él, ajustándose las hebillas que había soltado para maniobrar mejor a la hora de segar miembros.

-Soy ellos-le contestó en un tono no muy amable. Después de ponerse en marcha de nuevo echó una ojeada al terreno desolado para volverse a mirarle frunciendo levemente el ceño-. ¿Dónde has dejado a esa bolita morena tuya?-le preguntó. No había olvidado aquellas caras después de verlas en el callejón un día de mala suerte para él.

El tono que empleaba ese hombre le era de poca importancia, pues a penas le prestaba atención a sus palabras o acciones, más después de ver aquellas afiladas armas que resultaban un delirio.
Observó el rostro de ese ser y sonrió.

-¿Bolita negra? ¿Mi maleta? -bromeó como si nada- No lo sé, nos separamos, él por su camino y yo por el mío, aunque a veces le veo -se estiró un poco, poniéndose de pie y limpiando sus ropas en las que había alguna que otra hierba enganchada- ¿Te enamoraste de él? -sabiendo que la respuesta era no se agachó y volvió a levantar, tomando una flor y poniéndola en el hombro de Gillthanas- Así te ves más dulce, jeh. -musitó con su semblante serio.

Gillthanas arrugó la frente, sacudiéndose aquello con el dedo para que se carbonizase antes de llegar al suelo. Le miró largo rato, contemplando todo lo que podía ofrecerle visualmente aquel ser.

-Eres realmente deprimente-dijo finalmente con algo de pena, pero como si hubiera hecho un gran descubrimiento-. Pero si se ha alejada... por lo que me dio tiempo a ver antes de alejarme de aquella patética demostración de amor en parodia... no es más que culpa tuya...-comentó para dar un paso atrás-. No me extraña que estéis tan por debajo....

Griffith se agachó para tomar otra flor y moverla un poco entre sus dedos, como si aquel hombre no le dijera nada, mirando el cielo con el rojizo del atardecer que iba menguando con las horas.

-¿Soy deprimente? -cuestionó con una sonrisa- Qué divertido -continuó moviendo la flor y luego deteniéndola- No me hace falta un humano para sentirme realizado en este mundo -comunicó mirando aquella pequeña planta y tomando otra- Además, si tan por debajo estoy.. ¿Cómo osas hablarme? Oh mon dieu... ¿Debería sentirme afortunado? -colocó una mano en su frente, interpretando un gesto dramático propio de los teatros cuando las mujeres iban a desmayarse- ¡Señor! ¡Poséame! ¡Tome todo lo que tengo y hágalo suyo! -exclamó con un tinte irónico para luego arrojar las flores.

-Tanto tú como yo somos igual de débiles que estas flores, sólo que los seres como tú os negáis a admitirlo porque creéis que estáis más cerca de la divinidad que nadie -sus ojos cambiaron del azul más claro y apacible a algo turbio que denotaba la mancha de muertes en sus propias manos- No creo que tengas mucha más edad que yo, así que... No vayas de hombre cuando a la mínima estas ofreciendo tu trasero a tus 'hermanos' de sangre pura

-Creerme un dios lo único que hace es fortalecerme. Cuando me veas tirado en el suelo, lamentándome, montando un teatrillo deambulante, en los huesos, consumido hasta lo imposible y diciendo cosas sin sentido... entonces estaré acabado.

Miró una última vez a la granja para cerciorarse de que allí ya no quedaba nada que aprovechar antes de volverse una última vez a aquel diablo para darle la espalda y seguir su camino, ahora que se había levantado y cambiando de puesto liberándoselo.

-Hablar con gente como tú me hace sentir inteligente. Por eso lo hago, figura.

Griffith le siguió con las manos en la nuca, a su lado, como si nada.

-Soy atractivo, no esperes que pueda tenerlo todo, hombre -comunicó como dándole la razón, nuevamente con aquel semblante infantil- Eres entretenido -iba dando cada paso al momento que lo hacía el otro, mirando aún así el horizonte- No haces nada más que recurrir a los ataques verbales ¿no te resulta aburrido? Sería más divertido que buscaras jovenes recien nacidos a los que adiestrar con su vocabulario, que debe ser lo poco que sabes

Bostezó entonces, dirigiendo la mirada hacia él.

-¿Y ahora dónde vas? Es que estoy aburrido...

El demonio le miró de reojo y después se dedicó a contemplar el horizonte mientras caminaba.

-Creía que me odiabas...-comentó sin mirarle mientras las hachas tintineaban chocando su filo entre ellas ocultas bajo la capa. Ignoró sus comentarios. ¿Qué podría decirle? ¿Que le enctantaba provocar a los demás y crear conflictos?-. Por tocar a tu bolita...

Griffith sonrió y luego continuó andando.

-Pues no parecía que tubiera signos de ser tocado. ¿Tan pequeña la tienes? -cuestionó con una sonrisa maliciosa mientras miraba de reojo aquellas armas, eran atrayentes, sin duda alguna- Así que te gusta esa bolita ¿no? No dejas de hablar de él... Las fantasias eróticas no son demasiado buenas. Tampoco te lo aconsejo, es inexperto y lo hace bastante mal en la cama, además, es muy escandaloso

-Créeme....-comentó tomando aire lenta y profundamente sin interés ninguno-. Si lo menciono tanto es porque te conozco a través de él. Por eso me caéis tan mal los dos ahora...-le dijo sin mirarle-. Mis fantasías no son algo que te importe, además...-dijo antes de pararse en medio del camino, donde comenzaba un sendero de tierra para carruajes entre los árboles. Miró a un lado y siguió por allí-. De haberme dado tiempo y haber tenido yo algún interés, ahora no tendrías tema de conversación.

Miró el camino y le siguió como si nada, con el rostro despreocupado, temrinando por abrocharse la gabardina y abrigarse un poco.

-Entonces debo agradecertelo o algo así -comentó para decir algo, siguiéndole los pasos- Me gusta caer mal a los demás, es más divertido que si te tratan en cariño... Aunque me echarías si tan poco me soportaras... Supongo que después de todo también estas aburrido y no te molesta que un 'ser inferior' no calle a tus espaldas -miró el suelo que era algo inestable y frunció el ceño- ¿Hacia dónde está el rumbo marcado?

-Yo me voy a mi casa. Así que si quieres ir de compras déjame en paz-inquirió tranquilamente sin embargo, dándole a entender que descendería para descansar de sus buenas obras. Después suspiró quedamente.

-No estoy aburrido. Estoy cansado de trabajar, ni si quiera me estoy fijando en lo que me dices-contestó mirando a los árboles, en cuyas ramas se escondían otros demonios al acecho-. Te ignoro completamente....-comentó ya no muy puesto en la conversación mientras observana de reojo aquellas ramas. Algo no iba bien, y la agitación la podía notar.

El Diablo sentía tanto la presencia de los Demonios como lo haría el otro ser, pero puesto que ya tiene una edad bastanta avanzada tampoco tenía que temer demasiado, bajo la piel fina y pálida del joven había un guerrero mucho más fuerte de lo que pudieran imaginar.

-Entonces... ¿Puedo ir a tu casa? -cuestionó con voz suave y serena, sin detener sus pasos- Estoy acostumbrado a que me intenten matar y ese tipo de cosas, no te preocupes -sonrió nuevamente y se rascó la mejilla, observándole- ¿Vives muy lejos?

Apuró un poco el paso mientras miraba al lado contrario, entre los árboles.

-Me bajo a casa-repitió para dejárselo más claro-. Y si no te gusta ese sitio mejor para mí-concluyó girándose a mirarle un momento mientras agudizaba el oído y confirmaba que algo no andaba del todo bien.

-Hazle un favor al mundo, desaparece de nuevo, búscate otra vez a ese tesoro tuyo para llevártelo a TU casa, y déjame trabajar en paz, ¿quires?

Negó con la cabeza y luego bostezó, rascándose la cabeza totalmente despreocupado y por su contrario adormilado, sin preocuparse de nada.

-Entonces me bajo, no tengo problema -musitó mirando alrededor y levantando el dedo corazón a sus espaldas para que los demás demonios lo vieran- Hay que ser gilipollas para esconderse en un árbol y creer así que no te van a ver... La verdad es que los seres de hoy en día son un poco cortos -continuó andando y sonrió- ¿Vas a defenderme, mon amour? -cuestionó prosiguiendo con su marcha.

Gillthanas se paró en seco, mirándole de reojo sin creerse de verdad que seres así poblasen la tierra de los malditos. Mientras le observaba los demonios en los árboles cubiertos de sombras y espesas capas de oscuridad saltaron de los árboles velozmente hacia el camino, cruzándolo de lado a lado para ir directamente hacia el lugar del que provenía aquella amenaza.

-No se esconden-le dijo aún mirándole mientras hacía crujir los huesos de su espalda y crispaba los de las manos en puños, como preparándose-. No es una zona muy segura precisamente porque está bajo la vigilancia perpetua de los demonios. ¿Comprendes?-le preguntó simulando algo de lástima, creyéndole algo lelo. Después desvió la mirada hacia el frente, donde ya se perdían el resto.