El abismo -priv-

Los latidos de mi corazón sonaban acompasados, acompañando el sonido de mi respiración. Levanté la vista, y vi a lo lejos la estatua de un ángel. Una figura pétra y muda, que sin embargo, había estado presente a lo largo de los acontecimientos más relevantes de mi vida. Algunos lo suficientemente malos como para no querer recordarlos, otros un poco mas agradables. El más trágico, el que me había cambiado por completo, dejandome hecha añicos, había sucedido muy lejos. Sin embargo, una vez más, la estatua había sido testigo muda de mi agonía, de la lenta muerte de mis ganas de vivir, de hacer algo, más que estar allí. Estaba enferma por la pena, pero nada me hacía sentir mejor.
Muchos años atrás comencé a acudir a aquel lugar cada noche, acompañada únicamente por la luz de la luna, y el hedor de los cadáveres. No hacía más que sentarme en la fría y dura tierra, mientras mi mente se llenaba de vívidas pesadillas mezcladas con recuerdos, mientras mi mirada se clavaba en un trozo de roca con una sola inscripcion. Cinco letras, que encerraban el motivo de mi desesperación.
-Genji -murmuré.

Sentí una presencia demoníaca acercándose, pero no presté atención hasta que se dirigió amí, saludandome cortésmente. Eran muchos los seres que solían visitar el cementerio, pero nunca respondía a la presencia de alguin más a menos que me viera interrumpida en mi eterna ensoñación. Me dí vuelta para mirar al hombre que me había hablado, y sin cambiar la pétrea expresión de mi rostro, respondí a su saludo.
-Buenas noches.
Y volví a fijar mi mirada en la lápida.

El demonio se acercó a mí, y muy amablemente, me preguntó si podía quedarse. Esta vez lo miré con algo de interés ya que eran muy raras las oportunidades en las que alguien se acercaba a mí. La oscuridad que despedía por la inmensidad de mi tristeza bastaba para que nadie me molestara, pero aún así en ocasiones algún curioso posaba su interés en mí. Por lo general mi gelidez era suficiente para hacer que me dejaran sola, pero en esta ocasión no había servido. Al contrario, el demonio parecía muy interesado en mí por algún motivo, o por lo menos eso era lo que me decía la complacencia de su sonrisa.
Sus modales eran impecables, y al preguntar si podía acompañarme, me limité a contestar con sinceridad. Mi voz sonó limpida y clara, pero notoriamente falta de vida.
-Perdón si sueno grosera, pero me da igual. Si eso es lo que quieres...

Sonrió aún más antes de decirme que tomaba mi respuesta como afirmativa. Se sentó a mi lado, y comenzó a silbar.
Al principio no le presté atención, pero luego de un rato empezó a intrigarme. No veía que motivos podría tener para sentarse a mi lado mientras estaba inmóvil mirando una lápida.
-Disculpa, pero la verdad me tienes intrigada -dije con la misma voz sin vida -. ¿Puedo preguntar que atractivo tiene para tí sentarse junto a una persona que contempla una tumba?
Hacía tiempo que yo había perdido el interés por mantener las apariencias y las buenas formas, en pos de una forma más libre de actuar. Ahora acostumbraba decir las cosas como eran, sin esconderlas ni disfrazarlas.

Así que le parecía relajante. Me parecía tan extraño y a la vez fascianate. Lo que para mí era una agonía sin fin, a otra persona podría relajarle.
-No me molesta. De hecho, hay verdaderamente muy poco que pueda importarme. Es sólo que desde hace 6 años vengo todas las noches, y hasta ahora a nadie se le había ocurrido sentarse junto a mí para ver esta tumba.

Comenzó a indagar sobre la persona a la cual iba a visitar a ese lúgubre lugar. Parecía más interesado en escarbar en la miseria ajena que simplemente curioso, pero no me importó. Daba igual.
Un amante... No, si la tumba fuera de él, no me importaría en lo absoluto. El tiempo ya hubiera curado la herida, y yo hubiera encontrado una manera de continuar sin él.
-Esta tumba contiene los restos de mi único hijo, Genji.

Su curiosidad era casi morbosa, pero a pesar de notarlo, me importó muy poco. Tal vez era que me sentía más sola de lo que pensaba, y deseaba la compañía de alguien. O tal vez quería que el recuerdo de Genji perdurara en alguien más que en mí misma. De cualquier modo, respondí a sus preguntas.
-El padre del niño... La verdad no se donde está, ni como se encuentra. Quizás esté muerto. La verdad no me importa, para mí sólo fué un monigote, alguien sin importancia en mi vida. Y en cuanto a Genji, fué asesinado.

"Qué fué lo que ocurrió? Claro... si se puede saber" -vuelve a interrogar, con un gesto compasivo, para entonces sonreirle, como si con ello quisiera confortarla, a la vez que corta completamente la corta distancia que les separaba, en el gesto de que lo que ella fuera a contarle solo el hombre de cabellos platinados alcanzara a escuchar.

Como yo sabía que ocurriría, preguntó como había sido que Genji había terminado bajo tierra.
-Hace algunos años, estuve con... cierta persona. Al cabo de algunos días, supe por labios de un ángel caído que estaba esperando un hijo. No supe que hacer en un primer momento, pero decidí tener ese bebé, con la resolución de criarlo en el mundo humano, lejos del contacto con otros infernales. Estaba cansada del mundo y sus problemas, por lo que me instalé con el bebé en una casita en lo profundo del bosque. Estuvimos juntos y tranquilos unos 4 años. El niño crecía, y yo había encontrado una felicidad que nunca pensé que alcanzaría. Hasta que un día, pasaron cerca de nuestra casa un grupo de infernales. Eran tres, y aunque intenté esconder mi presencia y la de Genji, nos encontraron de todas formas. Uno de ellos apresó al niño mientras los otros dos me sujetaban a mí, y sabiendo que iban a hacerle daño, les supliqué que no le hicieran nada. Al ver que no opondría resistencia, me golpearon y abusaron de mí. Genji entre lágrimas gritaba, y en un momento, mordió la mano del que lo apresaba para ir a defenderme. Entonces el muy desgraciado, sin pensarlo dos veces, lanzó una maldición y le rompió el cuello. Grité horrorizada mientras veía caer el cuerpo sin vida de mi hijo, lo único que le había dado sentido a mi vida.

Mientras besaba mi mano, fué subiendo su rostro hasta quedar a centimetros del mío. Las palabras salían de sus labios como un suave arrullo. La promesa de tener un consuelo ante tanto dolor. Pero hacía tiempo que yo había dejado de creer en las promesas y juramentos.
-Son muy bellas tus palabras, pero no sé si creerte. Suena demasiado bueno para ser verdad, y no creo que me ofrezcas ayuda desinteresadamente. Sé sincero, y dime que es lo que quieres de mí.
Siempre igual. Yo no significaría nada para nadie, sólo un objeto al cual usar y luego tirar cuando perdiera su valor.

Su proposición resultaba algo tentadora. Ya no había sentimientos en mi corazón, sólo tristeza y dolor. No tenía nada que perder, aunque tampoco ganaba nada en realidad. Ya no me importaba nada, absolutamente nada. Tal vez fuera por que significaría un cambio, algo nuevo y distinto, no estaba segura. Pero por algún motivo acepté. Asentí con la misma expresión ausente y los ojos sin vida.

Me besó de forma delicada y dulce, de una manera suave que yo nunca había conocido. Cerré los ojos, y me dejé llevar por él.
Casi parecía que realmente estaba sitiendo algo en ese beso, pero yo sabía que no era así. La punta de su lengua recorrió mis labios, y yo terminé por entreabrir la boca ligeramente. No me sentía mejor, ni peor. De hecho, no sentía nada, era como una muñeca inanimada, sin vida, una kokeshi ningyo de juguete cuyo interior está vacío. Una gran muñeca de alabastro y nada más.

Me pregunté que estaría proponiéndose al besarme de esa manera. No entendía por qué lo estaba haciendo. Podía sentir sus manos bajando hasta mis hombros, y luego tomándome de los brazos. Esperaba, por bien de él, que no intentara ninguna cosa que atentara contra mi. Me defendería, y él quedaría como los asesinos de mi hijo, muerto en un mar de hielo, con su cuerpo perforado por miles de estacas de hielo. Auqnue me recordé que no debía apresurarme. Quizás este demonio me sorprendiera.

Me estrechó contra sí, y las sensaciones dormidas de mi cuerpo comenzaron a despertar, a salir de su letargo, y me hicieron corresponder a su apasionado beso. Por dentro seguía siendo la misma muñeca gélida, pero por fuera estaba tan sumergida en ese beso como él. Subí mis manos hacia su nuca, y me aferré a su cabello, a su cuerpo. Añoraba el calor que sentía en ese momento, me hacía sentirme casi bien. Antes me hubiera sentido incomoda, extraña, pero ahora por algún motivo, lo sentía como lo más natural del mundo.