El abismo -priv-

Shirogane dejó al descubierto su torso. Era justo como me gustaba, con músculos pero esbelto.
Me incorporé, y aferrandome a él para no caer de nuevo, comencé a besar sus labios, acariciando cada centímetro de piel que tenía al alcance. Tenía el presentimiento de que iba a pasarla muy bien con él. Me divertiría como desde hacía muchísimo tiempo, y la sola expectativa me quitaba el aliento.

Corresponde con deseo a sus besos, abrazándola con un solo brazo para con la mano libre poder abrirle la ropa, y tal como lo había hecho a la hora de devorar una parte de su sombra, posar su mano sobre su vientre, pero las intenciones son distintas y lo que hace es acariciar la piel de su abdomen, subiendo peligrosamente hasta la zona de su busto, para deshacerse ágilmente de aquello que le estorbara en su meta de explorar sus pechos, que a pesar de esa ropa holgada prometían ser un platillo delicioso para el tacto.

Eramos dos amantes unidos por lujuria y no por amor, pero era mejor así. La lujuria es un sentimiento más ardiente que esa quimera.
Shirogane correspondía a la pasión de mis besos, y comenzó a deshacerse de toda la molestia que implicaba la ropa. Sus manos me deleitaban con su roce tan delicado, que lentamente iban subiendo hasta mi busto.

Cuando Shirogane terminó de despojarme de las ropas que cubrían la parte inferior de mi cuerpo, separé mis labios de los suyos. Lo tomé en mis brazos, e hice que se recostara como yo lo había estado antes situándome sobre él, y comencé a besar y acariciar con ternura su piel blanca y tersa. Recorría con cuidado su piel con los dedos. Realmente era un adonis, un bello demonio escondido detrás de un rostro angelical. Era un ser delicioso, y cada vez tenía menos motivos para arrepentirme de estar con él.

Shirogane se quedó de buena gana debajo de mí, mientras yo besaba su torso desnudo y jugaba pasando los dedos por su piel, el acariciaba la parte baja de mi espalda y un poco más abajo, pero no se entretuvo mucho con aquello. Eso me había gustado mucho, Shirogane era un amante gentil y atento, que no hacía cosas desagradables como otra persona a la cual había tenido la desgracia de conocer.
Mis manos siguieron recorriendo aquel cuerpo escultural, y mi boca subió por la piel de su cuello hasta llegar a sus dulces labios, que se fundieron en un beso profundo y suave que me quitó el aliento.

Volvió a colocarme debajo de él, y llenandome de las más deliciosas sensaciones, recorrió las zonas sensibles de mi cuerpo que estaban a la vista. Su lengua se deslizaba por mi piel de alabastro, mientras sus manos se posaban en mi cintura y mi busto. Gemí levemente ante sus caricias lascivas y suaves. Aferré su cabello con una de mis manos, mientras que la otra acariciaba su nuca.
-Oh, Shirogane... ¿Donde has estado todos estos años? Siento que me he perdido de un manjar delicioso...

-Que pena que no despertaras antes, mi querido príncipe...
Shirogane continuaba deleitandome con sus atenciones, arrancandome pequeños gemidos de placer que se intensificaron cuando posó sus labios en una zona en extremo sensible. La lujuria se apoderaba de mí, y yo lo disfrutaba de una manera en la que no creí que fuera capaz. Como siguiera así no lo soportaría mucho más tiempo, y estaba tan complacida que estaba decidida a retribuirle sus atenciones. Sería una interesante relación, basada en saciar los apetitos de ambos.

Luego de su promesa de compensarme por el tiempo perdido, sus hábiles manos se dirigieron hacia mi intimidad, y metiendose debajo de las ropas que quedaban comenzó a acariciarme, rozando apenas mi piel. Aquel juego perverso y delicioso me enloquecía, y tranquilamente podría haberme hecho adicta al contacto de aquel cuerpo exquisito y bien formado. Mi respiración se había transformado en una sucesión de pequeños gemidos provocados por el suave roce de sus dedos y sus labios en mi piel, y mi rostro se había tornado levemente rosado, aunque de un color más intenso en la mejillas y las orejas.

Su mano dejó de rozar mi piel para entrar en contacto plenamente con mi sexo, lo cual me arrancó de los labios un gemido de placer.
Me sumergí en el goce que me proporcionaba mi hábil y dedicado amante. En un primer momento había pensado en divertirme un rato con él y nada más, pero ahora me interesaba conservarle conmigo.

No pude seguir conteniendo mi voz, y el pedido de Shirogane, formulado con tanta pasión en su voz, terminó desarmandome, sobretodo por los movimientos de los dedos del bello demonio, que con destreza se habían metido en mi interior.
Oh, que dulce podía ser la compañía de alguien, cuantos años había desperdiciado lamentándome por lo que había perdido y nunca recuperaría. La muerte de Genji siempre me azotaría el corazón, pero había desaprovechado las oportunidades que me brindaba la vida. Pero tenía todo el tiempo del mundo para recuperar el tiempo perdido...

Shirogane continuaba recorriendo cada rincón de mi cuerpo con deliciosa habilidad, arrancandome leves gemidos de extasis. Me mordí el labio inferior con fuerza, y comencé a recorrer sus hombros con mis dedos, rozando apenas su tersa piel. Mis largos cabellos se enredaban debajo de mi, por lo cual me incorporé levemente y los aparté con una mano para que no me molestaran. Cerré los ojos, presa de las sensaciones que me invadian y me estremecían sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo o controlarlo siquiera.

Sus manos abarcaban cada centímetro de mi piel, se deslizaban sutil y provocadoramente en cada recoveco de mi cuerpo, llenandome de placer y haciendome estremecer como una hoja en el frío viento invernal. Pero no es frío lo que me invade, si no el abrumador calor de su presencia, de sus roces, de sus labios que claman sin palabras por la dulce unión de los cuerpos.
En cuanto se incorporó, me senté en la cama, dispuesta a ver el espectaculo, aquel cuerpo escultural saliendo a la luz lentamente, mostrando sus encantos.

Me llevé un dedo a los labios, y me mordí la uña al contemplar tan bella imagen. Realmente Shirogane era muy atractivo, una verdadera delicia para los ojos, y su sonrisa perversa no hacía más que hacerme desearlo más aún.
Me tomó de las piernas, y aunque sus movimientos se habían vuelto bruscos de repente, no pude protestar ante la lascivia con la que deslizaba su lengua en mi intimidad. Mi voz correspondió a sus movimientos con gemidos que denotaban el goce que sentía gracias a mi demoníaco adonis.

Y cuando al fin llegaría la consumación de tan delicioso ejercicio, Shirogane se quedó inmóvil, mirándome de forma maliciosa. Esperé unos instantes, pero al ver que la situación no cambiaba, entrecerré los ojos, clavandolos en los de mi amado principe.
-¿Sucede algo malo? ¿O acaso te has arrepentido, Shirogane? -pregunté calmada.
Era notorio que era su morbosidad la que motivaba su accionar, pero sería interesante ver que respuesta salía de sus labios.